Miqui Puig: “Hay un problema en mi generación, creen que no van a volver a sentir amor ni deseo"

El exlíder de Los Sencillos publica el libro ‘Yo no quería ser Miqui Puig’, en el que revela facetas poco conocidas de su vida
“Soy romántico… en exceso”, dice. “A veces no sé si salía mal o yo quería que saliera mal. Lo he pasado mal por amor, como más gente”
En la década de los noventa, el grupo barcelonés Los Sencillos publicó siete discos y tuvo cinco éxitos: “Bonito es”, “No, por eso no”, “Mala mujer”, “Nada es como lo ves” y “Phutbol”. Después, la banda se disolvió. Una historia con cientos de clones en el pop-rock español, con una salvedad: mientras de otras formaciones nadie recuerda más que algunas de sus canciones, de Los Sencillos emergió la imponente figura de su líder, Miqui Puig, de quien el tiempo ha demostrado que era más grande que su grupo. “Es inexplicable”, admite. “Reconozco que tengo algo que es diferente, que soy un personaje, aunque a veces no quiera serlo. Pero para mí lo importante no era triunfar, sino crear”.
Polifacético creador (músico, compositor, colaborador de televisión, DJ, locutor de radio…), sorprende ahora en la faceta de escritor. Puig (56 años) acaba de publicar un libro con el elocuente título de Yo no quería ser Miqui Puig: cronología sentimental de un cantante de amor (Ed. Magazzini Salani, 2025), en el que, a partir de la repesca de sus viejos diarios, a los que añade sustanciosos comentarios actuales, realiza una especie de exhibicionismo radical a través del cual revela sus fortalezas y flaquezas, sus aciertos y errores, a un extremo al que los aficionados no estamos acostumbrados.
“Aquí aparece todo”, dice. “Por primera vez se rellenan los huecos de mi vida de verdad. A menudo solo conocemos unos pocos aspectos de los personajes públicos, y la gente rellena los huecos como le parece. Al revisar los diarios, sabía que me encontraría con cosas del pasado que no son agradables. Pero el incluirlos era innegociable”.
Surgidos después de la movida y antes de la escena indie, Los Sencillos quedaron un poco en tierra de nadie. Nacieron con un inequívoco talante mod, en cuanto a respeto por bandas clásicas de rock y soul y veneración por una estética cuidada. Pronto quedó decepcionado Puig con esa tendencia: “El problema del movimiento mod es el de todos: cuando se convierte en una secta en que te dicen lo que debes hacer. Me acerqué a la escena mod porque descubrí una serie de grupos, pero llega un punto en que nos decían: ‘Los Sencillos se han vendido’. Me considero modernista: un tío que está descubriendo cosas y se reinventa. Lo he aplicado en mi día a día”.
En ese continuo trabajo de exploración no descarta ni siquiera las músicas más actuales, que a menudo chirrían al público maduro. “Yo escucho reggaetón y la mezcla que hacen en Galicia de rave y el sonido de las orquestas populares. Por otro lado, me encantan muchos grupos mods, pero no todos”, dice. Y sobre su afición al buen vestir, añade: “Me encanta la ropa. No me he gastado mucho, porque soy muy de buscar gangas, los outlets, las marcas baratas, rastrear en tiendas de segunda mano… Si tuviera un tallaje diferente podría ser bastante insoportable con la estética”, declara.
Una mirada cínica a la industria musical
Sin que pueda calificarse de fugaz, el éxito de Los Sencillos tampoco fue largo. Vivieron la ilusión del ascenso y el común declive; entre medias, los ajetreos con las discográficas, que, a tenor de lo que expresa en el libro, no le dejaron buen recuerdo. “No es que tenga una mirada cínica; es incluso de: ‘No nos flipemos’”, dice. “Te quieren hasta donde te quieren, y si no funcionas, no funcionas. Cuando salía en televisión [se refiere a las dos temporadas en que participó en Factor X, en Cuatro], no me andaba con paños calientes: decía a los chavales lo que se iban a encontrar. Para mí la música no es una competición, como a menudo ocurre”.
En el libro evoca una cena copiosa en honor de Los Sencillos y organizada por su discográfica en la que, al término de la comilona, alguien del grupo preguntó: “¿Esto quién lo paga?”. Concluye Puig que lo pagaban ellos con el dinero que podría haberse empleado en remezclas, camisetas u otras formas de promoción. “Te veías cenando al lado de un señor de unos grandes almacenes, te ofrecen hacer dúos con artistas con los que no encajan… Es cuando empiezas a pensar: ‘Uh, esto no me gusta’”, señala.
Su colorida manera de vestir (todo apunta a que fue eso, aunque en realidad nadie puede saberlo) provocó que muchos pensasen que Miqui Puig es gay. “Eso es muy fuerte: asociar ese gusto por la estética con tu orientación sexual. Ya pasaba con muchos cantantes de los sesenta, porque se vestían distinto. Yo lo llevaba bien, pero cuando se convertía en un insulto no”.
Como queda patente en el volumen, Puig es un perseguidor del amor en su acepción más clásica, incansable admirador de chicas y frustrado aspirante a seductor. Expresiones como “yonki del amor” o “adicción” salpican sus páginas para describir sus pasiones. “Soy romántico… en exceso”, dice. “A veces no sé si salía mal o yo quería que saliera mal. Quizá era una especie de enganche al perdedor. Es algo muy curioso. Me daba miedo enfrentarme a eso en los diarios, aunque lo he incluido. Lo he pasado mal por amor, como más gente”.
“El amor es muy guay”, prosigue. “Pero hay un problema con la gente de nuestra generación y es que está anclada en la nostalgia, y cree que igual que ya no vamos a escuchar un ‘Embrujada’, ya no va a volver a sentir amor ni deseo. Es cierto que estamos mayores. La pasión es diferente, son como fogonazos. Pero sigo creyendo en el amor”.
Su carácter enamoradizo, no obstante, no le impedía mantener relaciones con las chicas que acuden a camerinos y hoteles a conocer a los músicos tras las actuaciones. “Se compaginaba mal —concede—, porque supongo que a veces descargabas ese desencanto con una fan una noche y no me hacía sentir mejor. Era como sucio. Tenía su parte guay, por tu ego; cargaba con la cuestión de mi peso. Pero yo gustaba a las y los fans. No soy nada nostálgico: me niego a pensar que lo de antes era mejor. No: tenías 19 años, ibas sin casco, drogado… ¿Y era mejor? No, era peligroso, pero lo superamos”.
La cuestión de la talla
La cuestión de su (sobre)peso es otro elemento clave en su vida. “Me he sentido algo acomplejado, pero no para tener un trauma crónico… Llegué a ver una foto mía y pensar: ‘No quiero que me recuerden así’. Hay un momento en que te das cuenta de que tu carcasa es la que es y no vas a cambiar. Solo quiero ser un viejo excéntrico: llevar ropas muy raras y calcetines rosas con 70 años”.
Papel importante en su ascenso a la fama fue su paso, como miembro del jurado, por Factor X en 2007 y 2008. Una etapa en que dejó escapar de nuevo su recalcitrante cinismo. “Me vistieron muy guay, pero no iba a comportarme como un asceta diciendo: ‘Cantas muy bien’. La gente se quedó con la parte más vehemente, pero nunca insulté. Opté por un arma mucho más heavy, que es el cinismo. Soy muy cínico, pero es bonito. Uno vino a un casting con chanclas; yo debía reprochárselo con cinismo. Los indies decían que me había vendido: ¿y vosotros no, que actuáis con seis logos de marcas detrás en un festival?”.
Cada sábado presenta en iCat (emisora de Catalunya Radio) el programa de radio Pista de fusta, cuyas emisiones ya han sobrepasado el millar. Pese a su amplio abanico de actividades, dice sentirse ante todo “cantante y compositor de canciones. Creo que soy un buen compositor. Es mi puta vida, no pienso en nada más, aunque he debido hacer más cosas porque vivir solo de eso no es fácil”.
Ahora prepara un espectáculo que, bajo el título de Canciones, llegará en octubre a escenarios de Madrid y Barcelona: “Es un repaso de mi carrera jugando con el libro y reivindicando que los senior podemos hacer ese tipo de espectáculos”. En el horizonte, disco nuevo. “Pero cuesta mucho que un sénior tenga éxito. Aunque aparecen chavales de 20 años y me dicen: ‘Estas canciones molan, ¿tú quién eres?’. Respondo: ‘Di a tu padre que estás hablando con el cantante de Los Sencillos’. Solo llevo cuarenta años en esto”.