Juan Carlos Ortega, el cómico surrealista de las mil voces: “Quien se considere un genio debe estar en un psiquiátrico"

Juan Carlos Ortega, en Uppers
Juan Carlos Ortega(Foto: Ulises Ortega)
  • Lleva once años realizando el programa/podcast ‘Las noches de Ortega’, donde mezcla surrealismo con crítica política y social

  • “Para mí el humor es cuestionar el consenso. Cuando hay ideas establecidas, me gusta cuestionarlas”, explica

  • Relativiza el éxito de los espectáculos con que recorre España: “El mundo está lleno de gente muy mediocre a la que aplauden”, dice

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No se caracteriza por decir tacos (aunque a veces los suelta), ni viste de forma histriónica, ni hace bromas de contenido sexual, y sin embargo, ahí donde lo ven, de corta estatura, con sencilla camiseta negra y ese pelo de niño grande, incapaz de desterrar remolinos, Juan Carlos Ortega (56 años) es uno de los humoristas más transgresores del momento.

“Cuando veo a mi alrededor —explica— un consenso sobre algo, pienso: ‘Qué raro que todo el mundo piense igual sobre esto’. Por ejemplo, en mi entorno, la mayoría de la gente considera que Ayuso es el mal. Eso me activa y digo: ‘Voy a hacer que no sea el mal’. No hay más motivo que eso: el pataleo y querer cuestionar el consenso”. Quien se quede en que su humor es surrealista y absurdo (que lo es), no estará advirtiendo cómo la cuota de crítica social y política cobra proporción creciente en sus espacios.

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Afirma que no es conservador, aunque omite su filiación. “Puede parecer que soy de derechas, pero para mí el humor es cuestionar el consenso”, insiste. “Si el 99% de mis amigos fueran de derechas, seguro que estaba haciendo lo contrario. Cuando hay ideas establecidas, me gusta cuestionarlas. A veces me preguntan si soy de derechas y respondo que sí, por zanjar el tema. Es curioso: cuando alguien dice que es de izquierdas no le preguntan por qué; en cambio, cuando declaro que soy de derechas, siempre me preguntan: ‘¿Ah, sí, por qué?’. Me fascina. Y me gusta provocar esas reacciones”.

Un mago de las voces

Pero Ortega es único, sobre todo, porque nadie practica un humor como el suyo. Once temporadas lleva en la Cadena SER realizando un programa (Las noches de Ortega) y ofrece espectáculos en teatros de toda España llevando consigo un elenco de voces que son todas suyas: la del locutor (que puede ser su voz real, la de un comentarista engolado o la de un friqui macarra del rock, de las series o de los videojuegos), la de la señora entrevistada que tiene 80 años, la de los oyentes que intervienen por teléfono… En multitud de ocasiones las voces se solapan, lo que sugiere que hay detrás un trabajo técnico de enorme complejidad.

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“Es lo más fácil”, desmiente. “Utilizo un programa informático en el que grabo varias pistas, y en cada una de ellas, una voz. La habilidad que he desarrollado después de tantos años es muy grande. Grabo una pregunta mía, dejo un espacio en blanco, y en la pista de abajo grabo la respuesta… La dificultad se daba cuando lo hacía sin ordenador, en un magnetofón”. Lo realmente difícil, asegura, es “inventarme una idea que sea chula”. Graba los programas en su casa, donde ha instalado un estudio de sonido profesional. “A veces tardo cuatro horas, otras más, porque lo grabo en varios días. En un día muy lúcido, tres horas. Luego lo envío en formato mp3 a la radio, y lo ponen”, indica con encantadora inocencia.

Cada espacio tiene una temática distinta: lo mismo entrevista a la supuesta directora de todas las temporadas de Juego de Tronos (una señora de Ciudad Real, de 85 años, que se llama Luisa), a la que pusieron de ayudante a Carles Puigdemont (con quien terminó acostándose), que a la cantante del grupo de heavy metal español Psoriasis, una mujer de edad avanzada y de nombre Josefa que antes cantaba copla en Discos Belter, que entró en el grupo sustituyendo al Pingüins, quien murió ahogado en su propio vómito, y que todas las mañanas madruga para bañarse desnuda en un río en compañía de Quim Torra (los independentistas catalanes también son objeto de su despiadada ironía).

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Las voces son siempre las mismas (ha creado un catálogo de siete u ocho) y en cada episodio encarnan personajes diferentes. De entre todas ellas, la de esa señora veterana ocupa lugar preferente en los programas, pero no porque Ortega haya detectado que gusta especialmente a la audiencia. “En el fondo, la razón es técnica”, dice. “El resto de voces de mujer que hago solo son creíbles cuando hago la ecualización telefónica. Esa voz es la única que queda creíble como mujer aunque no entre por teléfono. Por esa razón, cuando traigo al estudio una mujer, es ella. Aparte, es graciosa”.

La radio y el humor

En el fondo, tanto la devoción por las voces —en ocasiones rinden homenaje a maestros locutores de tiempos pasados— como por la estructura de los programas, dan a entender que Ortega es, en realidad, un enamorado de la radio. “Ya me gustaba desde pequeño”, aclara. “No había muchas cosas antes. Igual que ahora un niño tiene a su alcance un montón de cosas, el entretenimiento que había en mi infancia se limitaba a la tele y la radio. Empezó a gustarme mucho la radio, quería ser locutor, y desde entonces se ha mantenido ese amor por el medio”.

Ortega: érase un hombre pegado a una radio.

Algunos le consideran un genio, apelativo que rechaza: “Quien se considere un genio debe estar en un psiquiátrico. Lo que hago puede gustar mucho a gente y ya está. Genios, para mí, son Bach, Einstein, Beethoven… Es un término que quizá se usa en exceso”. Tal vez esa modestia ayuda a que no se le suba el éxito a la cabeza. “Halagos recibe cualquiera que haga un espectáculo, aunque sea malo. Si haces un show, acuden tus fans y lo van a aplaudir. Creer que por eso eres bueno, es no conocer la realidad. El mundo está lleno de gente muy mediocre a la que aplauden. Además, mi nivel de popularidad es de segunda división. Lo cual no implica que no me considere bueno; creo que lo que hago, lo hago muy bien, si no, no lo haría”.

Ortega juzga que puede hacerse humor sobre cualquier tema. “Lo que no significa que yo quiera hacer humor de todo”, matiza. “Se pueden escribir poemas, novelas y canciones de todo; el límite para el humor debe ser el mismo. Una vez me dijeron que el humor podía hacer daño a un colectivo, al que había que proteger. Respondí: ‘Vale, entonces pongamos ese límite a los ensayos’. Se asombraron. El humor no debe tener ningún límite, pero eso no me quita el derecho a decir que gente que hace humor sobre determinados temas es imbécil. Tienen derecho a ser imbéciles. Más que los temas, por cómo los tocan: porque hacen una burla excesiva, por ejemplo”.

En su olimpo de dioses del humor figuran “Miguel Gila, Woody AllenJardiel Poncela es muy gracioso, Miguel Mihura… De los actuales hay mucha gente que me hace gracia, como Javier Cansado, Raúl Cimas, David Fernández [Chikilicuatre], Arturo González Campos…”. Sin embargo, hay clases de humor que no le hacen gracia: “Aquel diseñado para hacer mucho daño no a un colectivo, sino a una persona en concreto. Aunque esa persona me parezca horrible, ese humor me espanta. Tampoco me gusta el que aparenta ser transgresor y, en realidad, es todo lo contrario: pretende el aplauso del consenso. Y luego está aquel que no sé cuál es, pero que no me hace reír”.

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